Introducción: la eterna queja intergeneracional

Imagínate esta escena en la sobremesa del domingo: un abuelo con su nieto, debatiendo quién lo tuvo más complicado para conseguir casa. El abuelo, orgulloso de su pasado, suelta aquello de: «¡A tu edad ya tenía mi piso pagado, chaval!». El nieto, con cara de circunstancia, responde: «Ya, abuelo, pero tú empezaste a trabajar con 16 años y con una nómina fija». Al final, los dos acaban discutiendo si los intereses eran más altos entonces o si las condiciones de vida son más difíciles hoy. ¿A quién le damos la razón? ¿Es cierto que ahora todo es más complicado o miramos el pasado con demasiada nostalgia?

En este artículo, nos adentraremos con humor y perspectiva en el mundo de la vivienda, explorando cómo las generaciones anteriores lidiaban con la compra de su casa (o piso) frente a cómo la generación actual se enfrenta a este desafío. Analizaremos salarios, horas de trabajo, sacrificios, intereses hipotecarios y normativas legales que, en teoría, protegen al consumidor, pero que también podrían estar dinamitando el acceso a la vivienda. Agárrate el monedero, que vienen curvas.


1. Breve repaso a la odisea de comprar vivienda en el pasado

Para entender si hoy es realmente más difícil acceder a una vivienda, hagamos un breve viaje en el tiempo, a la década de los 60, 70 y 80, cuando la economía y la sociedad en España daban tumbos, pero muchos veían comprarse un piso como la cima de la prosperidad.

  • El sueldo y el trabajo: Generaciones anteriores a menudo entraban en el mercado laboral mucho antes, algunos con 14, 15 o 16 años (algo impensable hoy). Trabajaban jornadas maratonianas de más de 40, 50 o incluso 60 horas semanales, sin demasiadas quejas, porque se consideraba “normal”. El ocio se resumía a ver un rato la tele en blanco y negro o echar una partida al dominó.
  • El ahorro: La cultura del ahorro era vital. Se recortaba de donde se podía, a veces de la comida, de la ropa o incluso de la calefacción en invierno. ¡Abrígate con la manta en casa y deja de quejarte! Porque todo euro o peseta extra iba directamente a la hucha de la futura entrada de la casa.
  • Tipos de interés: Durante las crisis económicas de los 70 y 80 (¡hola, viejos fantasmas!), los intereses hipotecarios podían superar fácilmente el 10% e incluso llegar a niveles de dos dígitos altos. Sin embargo, la gente tenía estabilidad laboral (al menos más que ahora), y los bancos se fiaban más de la permanencia del trabajador en su empleo. Lo que se pagaba de intereses en total podía ser una barbaridad en comparación con el principal, pero si uno aguantaba (y no se iba a viajar a Tailandia en vacaciones), podía acabar pagando su hipoteca en 15 o 20 años con un gran esfuerzo.
  • Sacrificio vs. “calidad de vida”: Quienes aspiraban a ser propietarios, muchos, renunciaban a lujos y se conformaban con vacaciones a 50 kilómetros de casa, porque la prioridad era pagar el piso. Los abuelos y padres contaban, con ese punto de orgullo, cómo trabajaban en turnos dobles para llegar a fin de mes.

¿Con esto queremos decir que a la generación anterior le sobrase el dinero o que fuese fácil pagar intereses del 12%? Ni mucho menos. Era duro. Pero la idea de “sacrificio supremo” estaba en el ADN, y se asumía como la senda natural para tener casa.


2. La perspectiva de la generación actual

Saltemos ahora al presente. Millenials, Gen Z y demás jóvenes, que tras estudiar una carrera o incluso un máster, llegan con ímpetu al mercado laboral y se encuentran con:

  • Precariedad y salarios ajustados: Pocas horas, sueldos que a veces no superan los 1.200 o 1.300 euros mensuales, con contratos temporales o parciales. Un panorama en el que la estabilidad brilla por su ausencia y la frase “eres un privilegiado si tienes un contrato indefinido” suena con demasiada frecuencia.
  • Precios de vivienda disparados: Sobre todo en las grandes ciudades, donde los alquileres pueden costar más de la mitad del sueldo. Y si vas a comprar, mejor tener una cuenta bancaria a prueba de bombas o unos padres generosos (y con patrimonio).
  • Cultura de la experiencia: Las nuevas generaciones valoran más su tiempo libre y calidad de vida. Prefieren viajar, vivir experiencias, emprender proyectos personales… No quieren matarse a horas extra sin ton ni son. Y no es que no quieran trabajar o esforzarse, sino que la balanza entre el “vivir para trabajar” y el “trabajar para vivir” se inclina más al segundo.
  • 32 horas semanales: Cada vez se habla más de la semana laboral reducida, que parece una evolución lógica: ganar en bienestar aunque reduzca un poco el sueldo. Pero ¿cómo compaginar esta filosofía laboral con un mercado inmobiliario tan exigente?

Se escucha a menudo: “La generación anterior se sacrificaría más”, “Antes eran todo facilidades” o “Los jóvenes son unos cómodos”. ¿Es verdad? Hay matices. Los sueldos de hoy, ajustados a la inflación y a la volatilidad del mercado, a veces no dan tanto margen para ahorrar como hace años. Muchos ven imposible siquiera plantearse comprar un piso.


3. Intereses de ayer y de hoy: ¿hacia dónde vamos?

Aunque parezca sorprendente, durante la última década hemos disfrutado de unos tipos de interés históricamente bajos (en torno al 1-2% en muchos casos). En comparación con el 12% que pagaban los abuelos en los 80, suena a ganga.

Ahora bien, el problema no es solo el tipo de interés, sino que las condiciones laborales actuales dificultan el acceso al crédito. Los bancos exigen nóminas más altas o contratos fijos, y piden avales o ahorros iniciales elevados, sobre todo tras endurecer la normativa hipotecaria.


4. La nueva normativa hipotecaria: ¿protege o excluye?

Hace unos años, se aprobó en España una normativa hipotecaria supuestamente más garantista para el consumidor, exigiendo más transparencia, controles y advertencias sobre los riesgos. En teoría, esto es positivo: se evita repetir la burbuja de los 2000, cuando se concedían hipotecas casi a cualquiera, provocando impagos y desahucios.

Sin embargo, por el lado negativo, al endurecer los requisitos, muchas personas se han quedado fuera del acceso al crédito, especialmente jóvenes con empleos precarios. Antes, un banco estaba dispuesto a conceder hipotecas con facilidad (a riesgo de que luego no se pagasen); ahora, las entidades se curan en salud y exigen un perfil impecable.

En consecuencia, quienes tenían menos ahorros o trabajos menos estables se quedan en tierra de nadie: no pueden comprar porque el banco les deniega el préstamo, y deben pagar alquileres cada vez más caros. La pescadilla que se muerde la cola.


5. El papel de las leyes en la destrucción del mercado inmobiliario

A medida que surgen nuevas regulaciones para “proteger” a los inquilinos (por ejemplo, topes al alquiler) y a los hipotecados, asistimos a un efecto colateral: algunos propietarios retiran sus inmuebles del alquiler o deciden subir aún más los precios para cubrirse de posibles riesgos. Hay quienes afirman que estas regulaciones, pensadas para facilitar el acceso, podrían estar sofocando la oferta.

Por otro lado, la inseguridad jurídica que generan algunas medidas, como la dificultad para desalojar a inquilinos morosos (o incluso okupas), asusta a pequeños y medianos propietarios, que prefieren no arriesgarse. Resultado: menos pisos disponibles y precios más altos.

El debate es largo y pantanoso: ¿Hasta qué punto debe el Estado intervenir para asegurar vivienda digna frente a la libertad de mercado? ¿Cómo proteger a los más vulnerables sin espantar a los inversores?


6. Estadísticas para reflexionar

Vamos con algunos datos y comparaciones, aunque sea de forma muy orientativa:

  1. Ratio precio de vivienda / salario: Se estima que en España, hoy día, el precio medio de una vivienda puede equivaler a 7 u 8 años de salario bruto. En los años 80, en muchos lugares, ese ratio era de 4 a 5 años. Claro, esto varía según la zona.
  2. Edad de emancipación: En los 70 y 80, era común que los jóvenes se independizasen antes de los 25. Hoy, la media supera los 29, y no es raro ver treintañeros en casa de sus padres. Pero entonces, la formación académica y las aspiraciones de vida eran diferentes.
  3. Tasa de esfuerzo: Según algunos cálculos, el porcentaje del sueldo que se destina a la vivienda hoy puede rondar el 40% o 50% (alquiler o hipoteca), mientras que en épocas pasadas podía rondar el 30%, aunque muchos también vivían con enormes restricciones.
  4. Horas trabajadas: Hace 40 años, era habitual encadenar horas extra sin protestar. Hoy, con la ley de control horario y una conciencia distinta del tiempo personal, esas horas extra no se hacen tanto (y también se pagan menos).

En resumen, hay datos que señalan que sí, el acceso a la vivienda es difícil. Pero no se puede olvidar el sacrificio “extremo” que hicieron nuestros padres y abuelos. ¿Estaríamos hoy dispuestos a renunciar a gran parte de nuestro ocio, vacaciones y caprichos para comprar un piso?


7. ¿Quién gana la batalla generacional?

La respuesta corta: ninguno. Cada generación se enfrenta a desafíos distintos, y las comparaciones simplistas conducen a malentendidos. Los abuelos y padres se topaban con altos intereses y debían trabajar un montón de horas, pero tenían más estabilidad laboral y unos precios de vivienda (en muchos casos) algo más proporcionales a su sueldo. En cambio, los jóvenes de hoy disponen de tecnologías y comodidades que facilitan la vida, y en ocasiones intereses más bajos (aunque en alza), pero sin un trabajo seguro ni precios acordes a su poder adquisitivo.

Es fácil para alguien mayor decir “en mis tiempos nos sacrificábamos más”, y para un joven responder “pero tú tenías un trabajo fijo y las casas no costaban un riñón”. La realidad es que cada época tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y no siempre es justo comparar sin analizar el contexto.


8. ¿Y ahora qué? Caminos posibles para mejorar el acceso a la vivienda

  1. Flexibilización regulatoria: Buscar un equilibrio entre la protección de los consumidores y la incentivación para que los propietarios oferten viviendas. Ni un laissez-faire radical ni una intervención absoluta.
  2. Fomento del alquiler asequible: Políticas de vivienda pública o semipública que ofrezcan alternativas de alquiler a precios razonables. También incentivos fiscales para propietarios que alquilen a largo plazo con rentas estables.
  3. Educación financiera: Tanto para jóvenes como para mayores, comprender la importancia del ahorro, saber negociar con bancos y evaluar los riesgos de meterse en una hipoteca. Menos “aprende a tocar la flauta dulce en el instituto” y más “cómo funciona un préstamo”.
  4. Nuevos modelos de trabajo: Si la sociedad camina hacia las 32 horas semanales y el teletrabajo, el mercado laboral debe compensar con salarios dignos. Al mismo tiempo, quizá los jóvenes puedan vivir en zonas más económicas, lejos de las grandes urbes, gracias al trabajo remoto.

9. Conclusión: un futuro repleto de desafíos, pero no imposible

Entre la nostalgia de los mayores y la frustración de los jóvenes, existe un espacio de diálogo y soluciones concretas. Las dificultades actuales no son idénticas a las de antaño, pero sí comparten un denominador común: quien quiere acceder a la vivienda necesita un nivel de compromiso y, en muchos casos, un enorme sacrificio.

¿Es injusto que las generaciones anteriores lo tuvieran, supuestamente, más fácil? En muchos casos, no lo tenían tan fácil, sino que aceptaban condiciones laborales muy duras y no tenían la mentalidad de ocio y disfrute que existe hoy. ¿Significa eso que tenemos que volver a aquellos tiempos? Tampoco. Estamos en 2025 (o más adelante), y la sociedad ha progresado en derechos y libertades.

La clave estará en combinar políticas que fomenten la viabilidad de comprar (o alquilar) sin asfixiar al inquilino o al hipotecado, ni espantar al propietario o al banco. Y, por supuesto, mantener un poco de humor, porque si perdemos la capacidad de reírnos, nos quedaremos con la misma cara de amargura que se nos queda cuando vemos los precios de los pisos en Idealista.


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Soy especialista en mediación hipotecaria y ejecuciones, con más de 10 años de experiencia resolviendo conflictos en el sector inmobiliario. Si buscas asesoramiento, visita salirdelfondo.es y descubre cómo podemos trabajar juntos.

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