Las reformas en casa son como ese viaje a la luna que soñabas de niño: empiezas con mucha ilusión, pero pronto te das cuenta de que lo más probable es que te pierdas en el espacio… y que termines pagando de más. Y no solo en dinero, también en tiempo, salud mental y, por qué no decirlo, en relaciones personales. Pero, claro, todo sea por tener esa cocina abierta con isla, un baño tipo spa, o por fin quitarle el gotelé a las paredes del salón.

Aquí te contamos cómo una reforma, por pequeña que parezca, puede acabar convirtiéndose en un agujero negro que succiona todo lo que tienes… empezando por el presupuesto y terminando con tu paciencia.

1. El presupuesto inicial: ese número inocente

Todo empieza con un número. Un presupuesto que, aunque bien intencionado, es más ingenuo que pensar que vas a encontrar aparcamiento frente a la puerta de casa en pleno agosto en Llanes. Así que ahí estás tú, pensando: “Bueno, solo son unos 15.000 euros. No es para tanto”. Y claro, «no es para tanto» es la frase que precede a todas las grandes catástrofes.

Te ilusionas. Miras revistas de decoración. Ya estás viendo cómo todo cobrará vida y, sin darte cuenta, te lanzas a la aventura. Pero lo que nunca esperas es que, al igual que en la saga de Star Wars, tu presupuesto tendrá episodios infinitos. Si empiezas en el capítulo I (presupuesto inicial), acabas en el capítulo X (presupuesto final: la venganza de las facturas).

2. Los imprevistos: ¡sorpresa!

Si las reformas fueran un juego de mesa, se llamarían «Imprevistos». Es como comprar una caja de bombones… pero que cada uno tiene un gusano dentro. Empezamos por una obra pequeña, «solo» cambiar los azulejos del baño. Y de repente… ¡boom!. Descubres que las tuberías son de plomo del siglo pasado, que las paredes están huecas y que, por alguna razón inexplicable, la electricidad va conectada al interruptor del vecino.

Por cada cosa que quieres arreglar, te salen tres problemas nuevos. Al final, esa pequeña obra que pensabas que te costaría unos 2.000 euros se transforma en una pesadilla que consume todo tu saldo en el banco. Y si no me crees, pregúntales a los que reformaron su casita en el Pirineo de Huesca, en Benasque, pensando que solo necesitarían cambiar el suelo. Terminaron reconstruyendo media casa y descubriendo que, bajo las baldosas, había más historia que en una novela de Ken Follett.

3. El arquitecto, el albañil, el fontanero, el electricista… ¡y la paciencia!

Una vez que te lanzas a la reforma, te enfrentas a la cadena de profesionales que, como en el Monopoly, solo hacen que sumar a tu cuenta. Al principio todo parece perfecto. El arquitecto entiende tu visión, el albañil te dice que será rápido y sencillo, y el fontanero… bueno, el fontanero es como el unicornio del mundo de las reformas: todos hablan de él, pero casi nunca aparece.

Con el tiempo, descubres que la paciencia es tu mejor aliada (o lo será si no pierdes la cabeza). Porque las fechas de entrega siempre se retrasan. Siempre. Es como si las reformas tuvieran una ley no escrita en la que «lo que debería durar un mes, dura tres». Y ahí estás tú, viviendo entre polvo, ruido y cajas por toda la casa, mientras te preguntas: “¿Por qué no me habré quedado con las paredes de gotelé?”. Y lo peor, viviendo con la certeza de que, para el próximo paso, aparecerá un nuevo profesional que no sabías que necesitabas: el que viene a reparar lo que rompieron los demás.

4. La famosa frase: “Ya que estamos…”

Este es un clásico que no puede faltar en cualquier reforma. Todo va bien, o al menos eso crees, cuando de repente alguien pronuncia la frase mágica: “Ya que estamos…”. Y así, lo que empezó como un simple cambio de cocina, ahora también incluye reformar el baño, tirar una pared del salón y, de paso, insonorizar el dormitorio porque tus vecinos, esos seres encantadores, tienen un bebé que no entiende el concepto de horario.

La frase «ya que estamos» es como una droga: la pruebas una vez, y ya no hay marcha atrás. De hecho, un amigo mío en Girona empezó cambiando la encimera de la cocina y terminó con una piscina en la terraza. Claro, todo sea por hacer las cosas bien. «Ya que estamos», ¿por qué no convertir esa buhardilla en un gimnasio?

5. Las visitas a Leroy Merlin: tu nuevo hogar temporal

Olvídate del sofá y las siestas del domingo. Ahora tu tiempo libre lo pasas en Leroy Merlin, o en cualquier tienda de bricolaje que tengas cerca. Porque aunque jures que “será la última vez”, siempre hay algo que te falta. Que si más tornillos, que si otro bote de pintura, que si las luces del baño no encajan…

Al final, conoces a los empleados por su nombre y te haces amigo del personal de cajas. «Otra vez tú por aquí», te dirán con una sonrisa. Y tú, con la tarjeta temblando y los ánimos en caída libre, intentas mantener el tipo y pensar: “Solo un esfuerzo más y termino”. Spoiler: nunca terminas.

6. El antes y el después: de la ilusión a la realidad

El momento más esperado llega cuando la obra por fin termina. O eso te dicen, porque en el fondo nunca termina de verdad. Cuando por fin quitan los plásticos, limpian el polvo y colocas los muebles, te das cuenta de que hay pequeños detalles que no eran como imaginabas.

Esa «cocina de revista» ahora te parece demasiado pequeña, la «iluminación moderna» resulta ser algo más tenue de lo esperado, y el parquet tiene más rayones que un CD de los años 90. Pero, en el fondo, estás feliz porque lo peor ha pasado… ¿o no?

7. Los costes emocionales de una reforma

Si pensabas que lo único que ibas a perder era dinero, te equivocas. Las reformas cuestan mucho más que billetes. Están los costes emocionales. Porque, sí, tu relación con tu pareja también sufre. Pasar semanas (o meses) viviendo en una obra no es fácil para nadie. Las discusiones sobre el color de las paredes, el material de los muebles o si realmente necesitabas esa lámpara vintage se vuelven el pan de cada día.

Y si ya te ha tocado compartir esa experiencia en una comunidad de vecinos, puedes dar por hecho que estarás en el punto de mira. “¿Qué están haciendo ahora?”, se preguntan en la escalera. Eso sí, nada se compara a los ruidos de la reforma cuando vives en la casa de al lado. Tus vecinos te van a «amar» eternamente.

8. En resumen: ¿vale la pena reformar?

Claro que sí. No estamos aquí para desanimarte, solo para prepararte. Las reformas, al final, pueden transformar tu casa en ese hogar de ensueño. Solo que, para llegar ahí, tendrás que hacer un viaje largo, lleno de polvo, facturas y alguna que otra visita a terapia. Pero cuando te sientes en tu nuevo salón y veas que todo ha quedado tal y como imaginabas (o más o menos), entenderás que todo el esfuerzo valió la pena.

Y si en algún momento piensas que te has metido en una reforma de la que no puedes salir, no puedo ayudarte a ver la luz al final del túnel. Pero piensa que, después de todo, siempre hay solución para esos agujeros negros en los que caemos cuando decidimos cambiar cuatro cosas… que acaban siendo diez.

Con lo que sí puedo ayudar son con las hipotecas impagadas y embargos sobre el inmueble o con los proindivisos. A tu disposición.

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